martes, 10 de agosto de 2010

Efectos secundarios del tratamiento

Entre los efectos secundarios del tratamiento, Die Trill (1989) menciona:

- Angustia y dolor asociados a pruebas médicas invasivas.

- Alopecia y la vergüenza que ésta produce ante los demás.

- Cambios en la imagen corporal debidos a alteraciones de peso, erupciones/decoloraciones cutáneas, cicatrices y pérdida de órganos o extremidades.

- Náuseas y vómitos producidos por la quimioterapia. Estos pueden desarrollarse posteriormente a la administración del tratamiento citostático o en su anticipación (náuseas y vómitos condicionados o anticipatorios) (Die Trill, 1987, 1989).

- Mayor susceptibilidad a infecciones, debido a la depresión del sistema inmunológico inducida por el tratamiento mismo. Esto conlleva un mayor aislamiento del niño, así como su reducida participación en ciertas actividades que le gustan.
- Fatiga, inducida también por el tratamiento o por la enfermedad, que produce reducciones en los niveles de actividad y de motivación del niño.

- Cambios en el afecto: «ataques» de cólera, irritabilidad, etc... que no parecen responder a estímulos externos y que son debidos a la enfermedad (por ejemplo, en el caso de ciertos tumores cerebrales) o al tratamiento (por ejemplo, la administración de esteroides).

- Dolor: estados de depresión y ansiedad pueden aumentar la intensidad del dolor experimentado y viceversa. Niveles elevados de dolor pueden hacer que el niño se retraiga del contacto social.

- Trastornos mentales orgánicos (delirium): pueden producirse debido a la invasión del sistema nervioso central por la enfermedad, o a encefalopatías que resultan de infecciones, alteraciones metabólicas, administración de narcóticos o mal funcionamiento de algún órgano.

- Efectos a largo plazo del tratamiento, tales como posibles deterioros cognitivos (por ejemplo, capacidad reducida de atención, problemas de aprendizaje) e infertilidad, por mencionar sólo algunos.

La administración de fármacos citostáticos constituye otro grave problema para la mayoría de estos pacientes, dados los efectos secundarios que induce este tipo de tratamiento. Las náuseas y vómitos suelen ser descritos por los mismos enfermos como las reacciones más desagradables y molestas producidas por la quimioterapia. Inicialmente, náuseas y vómitos son inducidos farmacológicamente por la acción tóxica de los agentes suministrados y ocurren, por lo tanto, después de su administración, pudiendo durar hasta varios días después.

Tras sucesivas infusiones quimioterápicas, muchos pacientes aprenden a anticipar estas reacciones secundarias, de modo que se producen náuseas y emesis no sólo después, sino también antes de recibir los agentes citostáticos. Este fenómeno se ha descrito en términos de un proceso de condicionamiento clásico (Pavloviano) (Burish y Lyles, 1979; Redd y Andresen, 1981). La quimioterapia constituye un estímulo incondicional (RI) (en este caso las náuseas y vómitos posquimioterápicos). Tras sucesivas asociaciones de la quimioterapia (EI) con estímulos relacionados a ella (que son originalmente neutros, esto es, no producen ninguna respuesta por parte del organismo), estos estímulos adquieren la capacidad de inducir respuestas similares a las producidas por la quimioterapia, convirtiéndose en estímulos condicionados (EC) que producen náuseas y vómitos anticipatorios o condicionados. Así, cualquier estímulo repetidamente asociado con la quimioterapia puede convertirse en un EC inductor de náuseas y vómitos anticipatorios.

Es muy frecuente que los enfermos comiencen a vomitar camino del hospital, el día antes del tratamiento, al percibir el olor de la clínica, al ver a la enfermera que administra el tratamiento, o incluso al pensar en la quimioterapia. Existen pocos estudios sobre la incidencia de náuseas y vómitos anticipatorios en la población pediátrica recibiendo quimioterapia. En general, se acepta entre los investigadores de este campo que una tercera parte de los enfermos oncológicos recibiendo esta forma de tratamiento desarrolla reacciones anticipatorias. Dado que dichas reacciones no responden al tratamiento con antieméticos, se han descrito numerosas técnicas psicológicas para controlarlas. Estas incluyen relajación, hipnosis, biofeedback, y desensibilización sistemática (Zelter y LeBaron, 1983). Sin embargo, aún se han desarrollado pocos estudios sobre el uso de estas técnicas en niños y adolescentes con cáncer. En esta población los métodos más eficaces consisten en alejar la atención del paciente de sus náuseas y vómitos y del tratamiento mismo.

En este sentido, las técnicas de relajación e hipnosis son extremadamente útiles ya que reducen los niveles de ansiedad además de controlar las reacciones anticipatorias. El uso de la capacidad imaginativa del paciente en formas diversas le resulta divertido a éste y le facilita su concentración en la práctica de la técnica. Además, con el uso de estos métodos, el enfermo desarrolla un mayor control sobre su organismo y sus reacciones. En un intento por averiguar el modo de acción de estas técnicas (si es el componente de relajación o el de distracción el que controla náuseas, vómitos y ansiedad), ofrecimos juegos de videoordenador a enfermos pediátricos recibiendo quimioterapia que experimentaban náuseas y vómitos condicionados de gran intensidad (Die Trill, Redd y Jacobsen, 1986). Los resultados reflejaron una disminución estadísticamente significativa de las náuseas y vómitos anticipatorios, así como de los niveles de ansiedad del grupo de pacientes que recibió el videoordenador, reducción que no se produjo en el grupo control. Las medidas fisiológicas, obtenidas antes y después de jugar, indicaron que no se producía relajación fisiológica alguna mientras los enfermos jugaban con el videoordenador. Esto sugiere que :


Generalmente, los niños y adolescentes con cáncer han de someterse a frecuentes procedimientos terapéuticos dolorosos. Algunos de estos son necesarios para la administración del tratamiento (por ejemplo, infusiones de quimioterapia por vía intravenosa o intratecal), mientras que otros constituyen pruebas diagnósticas (por ejemplo, aspiraciones de médula y punciones lumbares).

El problema del dolor en niños ha recibido poca atención en la literatura médica y psicológica la cual está caracterizada por anécdotas y por la ausencia de investigación controlada. Uno de los factores más ampliamente estudiados en relación con el dolor en niños es la ansiedad. Jay y cols. (1983) encontraron una alta correlación positiva entre la ansiedad de los padres y la de los hijos, cuando estos se sometían a aspiraciones de médula. Esta correlación la hemos corroborado en nuestro departamento con niños recibiendo quimioterapia por vía intravenosa. También encontramos correlaciones entre los niveles de ansiedad e intensidad del dolor experimentado. Esto tiene importantes implicaciones clínicas a la hora de implantar un tratamiento psicológico con el fin de controlar tanto la ansiedad como el dolor. Se han descrito varias formas de controlar el dolor en niños durante estos procedimientos médicos (Jay et al., 1982, 1983). Todas ellas han demostrado una gran eficacia en el cumplimiento de su objetivo.

Cabe volver a mencionar aquí las técnicas de relajación e hipnosis. En ellas, igual que para controlar las náuseas y vómitos anticipatorios, se intenta alejar la atención del enfermo del procedimiento médico. En cuanto a la hipnosis, las sugerencias para inducirla han de adaptarse a la edad del paciente y a su capacidad de imaginación y concentración. Por ejemplo, en pacientes menores se puede implicar a sus personajes favoritos en el proceso para captar mejor su atención. Actualmente, los rápidos avances de la tecnología permiten realizar intervenciones médicas de gran sofisticación y complejidad.

Aquella persona ajena al campo de la pediatría oncológica, quizás observe únicamente su aspecto trágico. Sin embargo, las posibilidades de ofrecer terapias adecuadas que beneficien al enfermo y sus seres más allegados, así como de dar sentido a las vidas de estas familias en momentos críticos de su existencia son numerosas.

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